EL
‘CAFÉ DE CARLOS’: MÁS QUE UN SORBO
- En
Calarcá, Quindío, funciona un negocio familiar donde no solo se busca
preservar el paisaje cafetero, sino crear la cultura del buen café, y
mejorar las condiciones de vida de los cultivadores del grano.
- El
propietario del emprendimiento va directamente a las fincas, recorre los
lotes, revisa las plantas y los granos, y les paga un sobreprecio a los
productores.
- Para
ayudar a cuidarla la tierra, el Café de Carlos se empaca en bolsas 100%
compostables y biodegradables, hechas en caña maíz.
Una
empresa que surge de la decepción. ¿Cómo así? Y claro: los turistas llegaban al
Quindío, se embelesaban con el paisaje, tomaban fotos espectaculares y,
finalmente, saboreaban un café que no era de su agrado.
¿Acaso
en Colombia no lleva sobre el lomo de las mulas la tradición de producir el
mejor café suave del mundo? Sí, pero por muchos años, casi un siglo, el
consumidor nato se acostumbró a la pasilla y a la preparación artesanal sin
mayor elaboración.
Por
décadas, el país fue el segundo productor del mundo -avasallado por el tamaño
de Brasil-, pero el primero en calidad y, hasta prima especial registró como
retribución a su característica de excelencia.
Conchita,
cabresteada por el mítico Juan Valdez, fue clave en el posicionamiento del café
suave en el mundo entero y, sin embargo, sus pasos parecieron pasar de largo,
sin dejar huella en el paladar de los nativos.
Productores
de café excelso, pero consumidores sin renombre. Así fue la historia de uno de
los principales renglones de la economía que empezó a cambiar en 2002 con la
primera tienda Juan Valdez, instalada en el aeropuerto Eldorado.
Entonces
ya se había empezado a hablar de los cafés especiales, sustituyendo en parte el
eslogan genérico Café de Colombia, y ahora existe una amplia gama de variedades
que van desde la Sierra Nevada hasta el Amazonas. La diversidad de
preparaciones también abunda y además de las tiendas y cantinas donde se ofrece
el “tinto”, se han creado tertuliaderos con pluralidad de ofertas y
características especiales.
Un
buen café, obtenido con criterios de responsabilidad social empresarial, un
negocio bajo el concepto de valor compartido o una taza fruto de la
asociatividad de productores, pululan en el país, sobre todo en aquellas zonas
donde la pepa se crió en alguna época de forma silvestre.
Un caso para imitar
Un
cafetero nato, que trabajó en el Comité regional, Carlos Arturo Patiño, fue uno
de los que se rebeló contra el apogeo del paladar insípido. “Si tenemos el
mejor café del mundo por qué los colombianos nos tomamos algo que parece un
analgésico”, se preguntó. Y además se incomodaba mucho porque los turistas
extranjeros que llegaban al departamento sufrían la frustración de aromas desaliñados,
casi hechas sin la pasión del artesano.
Y
así surgió una iniciativa en su tierra natal, que en épocas de cosecha y de
traviesa se viste de verde y de rojo, y por donde se pasa para el Valle del
Cauca y se sube y se baja a la Línea, un desafío a la embravecida cordillera,
cuyo primer trazo se aprobó en 1913, según reza la historia.
Cafés
de campesinos curtidos por los años. Variedades que pasan por el caturra.
Tertuliadero y granos tostados sofisticadamente. Un sorbo, una mezcla, un
paquete para llevar. Ese es el concepto.
De Carlos, sí
El
Café de Carlos, es una empresa familiar, creada en 2014 en Calarcá, con el
objetivo de ofrecer café especial 100% origen Quindío, en taza como tostado y
molido en presentaciones de cuarto, media y libra.
El
café se adquiere directamente a pequeños caficultores de la región, pagando un
sobreprecio por la calidad del mismo, haciendo mercado justo, para contribuir
con el mejoramiento de sus condiciones de vida y la preservación del Paisaje
Cultural Cafetero.
Así
mismo, la tienda ubicada en la calle 41 24-52 de Calarcá, es un centro
cultural, en el que se promueven las diferentes manifestaciones artísticas y
culturales de la región y contribuye a fomentar la vocación literaria de la
ciudad.
Igualmente,
se realizan actividades educativas, como cataciones y demostraciones de
diferentes métodos de preparación, con el fin de formar cultura de buenos
tomadores de café.
“Nuestro
último producto es el M.T.P. (Método Tradicional de Preparación) elaborado a
mano por mujeres artesanas de Calarcá, en guadua y caracolí y pretende
posicionar el colador como uno de los métodos ancestrales, avalado por varias
generaciones como uno de las más importantes formas de preparación de la
bebida”, dice Patiño.
-Retribuimos
al caficultor -señala-, con el precio justo por su sabiduría y esfuerzo al
producir un café especial de excelente calidad. Por eso no compramos a grandes
caficultores. Vamos directo a las fincas y recorremos los lotes, revisando las
plantas y los granos-.
Amigable con la tierra
El
aprecio se extiende también a la tierra fértil y generosa. Para ayudar a
cuidarla, el Café de Carlos se empaca en bolsas 100% compostables y
biodegradables, hechas en caña maíz. Y a cada cliente se la sugiere una acción
ambiental: “Recuerde poner el empaque vacío del Café de Carlos en la caneca de
residuos orgánicos a la hora de separar sus basuras”.
El
propietario, que es de pueblo puro, y tiene la amabilidad de paisa colonizado,
advierte que “no somos un café de afán o de paso”, y agrega: “No servimos en
vasos de papel o plástico. Creemos que el café necesita una pausa y buena
música, que son la mejor excusa para una buena conversación o simplemente para
terminar un pensamiento”.
El
café se sirve en tazas de porcelana, filtrado en la mesa de cada visitante,
empleando siete métodos diferentes. Se enseña a preparar el Café de Carlos en
casa, con la ilusión de que cada día haya más enamorados del buen café.
Lo
cierto es que es un café de origen, cultivado por pequeños productores de
Calarcá, Filandia, Pijao y Circasia. Se ofrecen variedades diferentes en cada
temporada y existen algunas favoritas como la Tabi, Castillo y Caturra, que
crecen en laderas y montañas.
Dice
Carlos que para todas las variedades se conserva una tostión media horneada
especial que le aporta fragancias a vainilla por tratarse de un café de altura,
y una molienda media que permita usar el café en los diferentes métodos de
preparación: espresso y filtrados.
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