domingo, 1 de noviembre de 2015

UN TESTIMONIO DE PAZ NACIDO EN LA GUERRA


Por: Constanza Triana*

Karla Johayra Girón Angarita, tiene 25 años. Nació en El Castillo, Meta. Creció siendo testigo del peso del conflicto armado. Recuerda con nitidez cuando su abuela la despertaba a la media noche y le decía que tenían que dormir en el piso, escondidas debajo de la cama. De esa manera conoció el sonido de las balas y se quedó en su memoria el frío de las madrugadas de enfrentamientos que eran heladas interminables, no por estar lejos del colchón, sino por el aire de zozobra que corre mientras se trata de conciliar el sueño esquivando balas.


A los 20 años, cuando terminó el bachillerato y se graduó de la Normal Superior María Auxiliadora, escuchó algo que ella ya sabía, “mija no hay ninguna posibilidad de que sumerce vaya a la universidad, nosotros no tenemos plata”, le dijo Ascención Saenz, su abuela, la mujer con la que creció y de quien aprendió a acostarse con las gallinas, levantarse con el cantar del gallo y salir con amor a ordeñar, buscar la leña, hacer el tinto, alimentar los animales y admirar el campo.

La frase de su abuela contrario a ser una limitante se convirtió en un estímulo. “Yo no me quede quieta, empecé a trabajar como agente postal de 472, entregaba correo a la Policía, el juzgado, ahorraba lo que más podía y logré reunir para estudiar Gestión en sistemas  de manejo ambiental a nivel técnico. Mientras que estaba allá, yo no sabía cómo, ni de dónde iba a salir la plata, pero sabía que un día iba a entrar a la universidad”.

Pasaron cuatro años desde su graduación de bachiller en el año 2007 cuando un día de finales de  2011 comenzaría a concretarse su sueño. “Una conocida me dijo que le contara a mi hermano que la Universidad de La Salle había abierto una sede en Yopal, Casanare, que era sólo para jóvenes campesinos, víctimas de la violencia y de escasos recursos. Eso sí, que tocaba irse a vivir allá porque era para convertirse en Ingeniero Agrónomo y que ellos daban la comida, la dormida y asumían casi todos los gastos. Pensé que eso sonaba muy bonito para ser cierto, pero de todas maneras le di la razón a mi hermano, que es menor que yo. Él  me dijo que no se iba a presentar, porque ya trabajaba en el campo y era muy tarde para estudiar”, recuerda Karla.

Así que ni corta, ni perezosa, se presentó ella. Cuando supo que el Campus Universitario se llama Utopía, pensó que el nombre significaba que era casi imposible pasar las pruebas de ingreso. Una semana después cuando recibió la noticia de que había sido admitida, leyó en un folleto una frase que se quedó en su corazón “Nos quedamos con el concepto de Utopía, que representa un horizonte que está más allá y nunca se agota, tal como dice el escritor Eduardo Galeano: “Ella está en el horizonte… me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se aleja diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré, ¿para qué sirve una Utopía, entonces? Para eso sirve: para caminar”. Utopía es una idea inagotable, es un sueño que se va construyendo”.


Una respuesta educativa a un problema político
Un par de días fueron suficientes para hacer maleta y llegar a vivir al campus. Estando allá, a 30 grados de temperatura, un hombre delgado, de gafas pequeñas, mirada tranquila, hablar apasionado y discurso inspirador, los recibió de manera efusiva. Les dijo que ese lugar era un laboratorio de paz, un concepto único que integra la generación de oportunidades educativas, el lugar donde se convertirían en líderes capaces de lograr la transformación social, política y productiva del país para dar un aporte significativo y novedoso a la Colombia agrícola en busca de la reconversión agropecuaria sustentable a través de la investigación participativa y la transferencia de nuevas tecnologías.

Ese hombre es santandereano. Hermano de las Escuelas Cristianas de La Salle. Ejerció como maestro rural por años. Vivió de cerca el proceso de paz realizado de 1998 al 2002 entre las FARC y el gobierno del presidente Andrés Pastrana. Fue testigo en primera fila de la zona desmilitarizada en la región de El Caguán.  En múltiples escenarios ha dicho que cree con el alma en el poder transformador de la educación de alta calidad. Ha llamado la atención sobre la urgencia de brindar oportunidades para quienes viven en lo que él llama la Colombia profunda. Es Doctor en Educación de Saint Mary’s University of Minnesota-USA. Magíster en Ciencias Políticas y Licenciado en Educación. Ese hombre es Carlos Gómez, Rector de la Universidad de La Salle en Bogotá y creador de Utopía.

“El 2011 fue muy bonito para mí. No sólo porque empecé mis estudios sino porque pude cambiar algo que pensé durante años… Siempre creí que no se podía hablar, ni confiar en nadie que hubiera sido parte de un grupo armado irregular o que hubiera estado cerca de ellos. Crecí pensando que había que tenerles miedo, y resulto que en Utopía por primera vez en la vida, me daba cuenta que es posible la convivencia pacífica entre jóvenes que como yo llegamos de diferentes zonas del país, con algún grado de influencia de  guerrilleros, paramilitares y otras fuerzas del conflicto que tienen un alto contenido ideológico. Entender que todos somos víctimas, que todos hemos perdido, que a todos nos duele, es constructivo”, me dice con una voz calmada que parece la de una abuela sabia y no la de una niña empezando a vivir.

“Fumíguelos gritan en la ciudad y en el campo pedimos paz”
Me resulta imposible dejar de preguntar por qué siempre habla de su abuela y no de sus padres. Me explica que la violencia y la vida no lo permitieron. Le toco vivir un tiempo interna, otro tiempo con familiares o amigos de su familia. Pero como le gusta ver lo bueno y no lo malo de cualquier cosa, me dice que esa situación le sirvió para llegar a vivir en zonas con mayor facilidad de acceso a la educación.

En esos giros que tienen las conversaciones espontáneas. Empieza a hablarme de su niñez, de su familia, de las muertes que le ha dejado el conflicto. “Vivir en un municipio que es zona roja y que siempre ha estado afectado por la violencia es estremecedor. Saber que perdí a mis tíos asesinados, que otro está desaparecido y nunca más volvimos a saber de él, son hechos que han marcado a mi familia”.

Como buscando un culpable le pregunto ¿Quién los mato? Casi no acabo de preguntar cuando escuché la respuesta, tan rápida como contundente. ¡Vaya uno a saber, con tanto bandido como hace uno para decir de dónde vinieron las órdenes y las balas!

Luego de unos segundos de silencio. Trato de retomar la conversación y lo único que se me ocurre es preguntar qué piensa ella del actual proceso de paz. No lo duda y arranca a explicarme como dice el cuento, como volador sin palo. “Yo sé que muchos de ustedes que viven en la ciudad no están de acuerdo con el proceso de paz, dicen que es una gastadera de plata y de tiempo, pero los que estamos en el campo queremos que el tema prospere porque no queremos que nadie más tenga que esconderse de las balas, ni enumerar los asesinados y desaparecidos de su familia”.

Me quedo en silencio. Siento que quiere decir algo más y espero. Añade que “un papel lo puede  firmar cualquiera, pero el resultado de hacer la paz depende de todos. El Presidente (Juan Manuel) Santos está dando un primer paso para que todos tomemos conciencia, pero él sólo no puede concretar nada, ni cambiar el país, usted y yo y todos tenemos que sumar, tenemos que actuar todos los días como personas pacíficas, pero si a la situación más pequeña nos vamos a los gritos, los insultos, las balas y las venganzas, no ayudamos ni cinco”.

Con esa explicación llegó la siguiente pregunta ¿Karla qué se dice en su familia cuando recuerdan todos los familiares que les ha quitado el conflicto? “No le tenemos rabia, ni rencor a nadie. Nos duele, pero odiar no revive a los muertos. Odiar mata a los vivos. Somos gente buena, gente trabajadora, creemos que hay que trabajar para que los tiempos por venir sean mejores. Sería bueno saber a ciencia cierta qué pasó y cómo pasó por tener claridad en la cabeza, por poder entender y explicarle a los más pequeñitos de la familia cuando pregunten, pero no para quedarse congelado mirando el pasado. El pasado es para aprender, pero uno tiene que mirar adelante, uno tiene que saber para qué sirve y ponerlo en práctica. Yo sí creo que perdonar es lo mejor que uno puede hacer. Una tía que se llama Dignora Angarita, a la que le desaparecieron el marido, está trabajando ahora en ayudar a víctimas de otras familias. Yo tuve infancia rodeada de violencia y eso es muy duro, pero a uno eso le tiene que servir para transformar la realidad”, me responde casi sin respirar y pasando saliva cuando termina de hablar.  

La escucho y recuerdo que cuando empezó la entrevista, me dijo “yo soy una mujer que lo que empiezo, lo termino. Yo tengo claro que puedo llegar a ser un ejemplo porque soy la mayor de la casa, y a uno los demás, lo miran y ven que no es imposible ser profesional”. Justo cuando estoy pensando eso me dice sabe que es muy curioso “que ustedes en la ciudad gritan fumiguen a todos esos tal por cuales y los que vivimos en el campo pedimos paz”.

La escucho y pienso que es la voz de una mujer criada en el Meta, una región tan bella como afectada por la violencia. Así como es la tierra del joropo, del pan de arroz y la mamona, es innegable que también vivió la guerra civil de finales de los 40, la época del contrabandolerismo de los 50, los efectos del Frente Nacional y los hechos de criminalidad de los 80 cuando en algunos  municipios y ciudades, el movimiento político Unión Patriótica (UP) obtuvo poder local por votación de los ciudadanos.

Justamente en el municipio de El Castillo, Meta. “Fueron destituidos o  asesinados cuatro alcaldes de la UP junto con otros funcionarios de la administración local de la misma filiación... Más tarde se denunciaría la existencia de planes de exterminio elaborados desde el seno de las propias fuerzas militares para acabar con las bases de la organización política en varias regiones del país y con sus líderes más destacados. El “Plan Esmeralda” (1988), por ejemplo, tuvo por objeto barrer con la influencia de la UP y el Partido Comunista en los departamentos del Meta y Caquetá; dos de las regiones en las que se obtuvieron los mejores resultados en los comicios, superando incluso a los partidos liberal y conservador”, explica Iván Cepeda Castro, investigador en Derechos Humanos en el texto ‘Genocidio político: el caso de la Unión Patriótica en Colombia’.

Empresaria no empleada
Karla se graduó el 24 de abril de 2015. Pertenece a la segunda cohorte de Utopía. Realizó un proyecto productivo basado en la yuca que aborda los aspectos social, económico, político, productivo, sostenible y de empresarización que exigen sus docentes. Le fue tan bien que tiene claro que lo suyo es ser empresaria no empleada. Aunque espera que con el tiempo tenga que recurrir menos a su hermano y a su papá como intermediarios.

“Cuando estaba comprando las semillas, era chistoso porque yo hablaba con el señor que las vende y le decía cuanto necesitaba y él sólo me miraba, no me concretaba nada. Entonces le conté a mi hermano y la segunda vez, él fue el que hablo y de una vez se hizo el negocio, cuando le conté a mi abuela, me dijo mamita recuerde que aquí están acostumbrados a ver las mujeres de amas de casa, de mamas de los hijos, pero no de ingenieras”.

Una feminista me diría que la situación le molesta. Pero ella sólo agrega más detalles de las anécdotas. “Uno no se puede poner bravo por eso, porque de verdad, para la gente es muy raro ver a una mujer en estas. Cuando salió la cosecha tampoco pude concretar nada con el  comprador, me toco decirle a mi papá que hablara él y listo en media hora, se hizo el negocio”.

Karla me dice que ya es tarde que no podemos hablar más porque es hora de ir al cultivo. Tiene que ir a cuidar dos hectáreas y media de maíz que estarán listas para marzo.  Sólo una pregunta final ¿Qué sigue después de marzo? “Estoy trabajando en conformar una asociación con líderes de proyectos productivos, pero toca esperar porque usted sabe en el campo cuando llega la época de la  política todo se queda quieto.  Pero uno no puede parar porque hay mucho por hacer”.

*Periodista y asesora en comunicación corporativa






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