PANORAMA DE LA AGRICULTURA FAMILIAR EN COLOMBIA Y EN LA REGIÓN
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En América Latina y el Caribe, 81.3% de las
explotaciones agrícolas son de Agricultura Familiar (AF), con alrededor de 16.5
millones de explotaciones que albergan 60 millones de personas.
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La superficie ocupada por la AF en América Latina y
el Caribe corresponde al 23% del suelo con vocación agropecuaria, y producen
alrededor del 50% de los alimentos.
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En Colombia de las 2.021.895 explotaciones
agrícolas, 1.584.892 pertenecen a explotaciones de Agricultura Familiar,
correspondiendo al 78,4% del total de explotaciones.
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Algunos estudios señalan que la AF en Colombia
produce entre el 50 y el 60% de los alimentos de la canasta básica y emplea al
57% de la población rural.
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De los 11 millones de colombianos que viven en las
zonas rurales, 9 millones pertenecen a la AF, y el 80% son pobres.
Este es el Año Internacional de la Agricultura
Familiar. Así lo declaro la Asamblea de Naciones Unidas con el propósito de
promover la conciencia internacional y trabajar en objetivos como la
erradicación del hambre, la reducción de la pobreza rural, el desarrollo sostenible
de las zonas rurales, la seguridad alimentaria y el desarrollo más equitativo y
equilibrado del mundo rural. Justamente la Agricultura Familiar es el tema
central del Simposio en Agronegocios que realizará la Universidad de La Salle
este viernes 17 de octubre de 8 am a 4 pm en la sede norte de la institución.
(Carrera 7 No. 172--85)
Uno de los momentos más relevantes del evento será
la intervención de Alexander Schejtman, invitado internacional, proveniente del
RIMISP – Chile (Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural), quien abordará
los Vínculos entre Agrícultura Famiilar y el Desarrollo Rural con enfoque
Territorial. Schejtman considerado autoridad latinoamericana en el tema
revelará interesantes cifras y compartirá experiencias exitosas en la región.
Agricultura familiar
“Entre las diferentes definiciones que se han
planteado, podemos entender a la Agricultura familiar (AF) como un sistema de
producción, en el que se desarrollan actividades agrícolas y no agrícolas, ya
sea dentro o fuera de la Unidad Productiva, donde la propiedad, la gestión y el
trabajo son predominantemente familiares. Produce tanto para el autoconsumo
como para el mercado. La fuerza de trabajo la aporta principalmente la familia,
empleándose ocasionalmente mano de obra contratada, y los ingresos provienen
principalmente de las actividades agropecuarias”, explica Wilson Vergara,
Docente de la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad de La Salle.
Para la FAO la definición de Agricultura Familiar
es “una forma de organizar la agricultura, ganadería, silvicultura, pesca,
acuicultura y pastoreo, que es administrada y operada por una familia y, sobre
todo, que depende preponderantemente del trabajo familiar, tanto de mujeres
como hombres. La familia y la granja están vinculados, co-evolucionan y
combinan funciones económicas, ambientales, sociales y culturales.” (FAO.
2014).
En América Latina, la expresión Agricultura
Familiar (AF) fue reconocida oficialmente en el año 2004, con la creación de la
Reunión Especializada de Agricultura Familiar (REAF) para referirse a una
categoría de explotaciones agrícolas que esencialmente se fundamentan en el uso
predominante de la mano de obra familiar, quienes gestionan directamente la
producción en pequeñas unidades productivas.
Vergara reitera que “diversos estudios han
reconocido que en América Latina, la AF presenta un alto grado de
heterogeneidad, y por lo tanto se han desarrollado muchas definiciones que aparte
de las características principales destacan la residencia en la explotación, la
sucesión generacional, el bajo nivel tecnológico y el carácter predominante de
semi-subsistencia”.
Panorama de la AF en la región y en Colombia
“Los procesos de globalización que imperaban en
América Latina a finales de la década de los noventa derivaron en la
implementación de reformas que tendían a reducir o a eliminar las ayudas a los
productores de la AF. De este modo la apertura de mercados favoreció a los
agricultores capitalistas que poseían más tierra, capital financiero e
información especializada, ampliando la brecha con la AF. En la década del 2000
sin embargo, se comenzó a prestar mayor atención a este sector, que no obstante
los impactos del sistema capitalista persistían, exhibiendo grandes fortalezas”,
explica Vergara.
Esta resiliencia de la AF se basa en sus
“microeficiencias”, muchas veces subestimadas, cuando no ignoradas, en las
políticas públicas. Sus conocimientos ancestrales sobre el territorio y el
contexto agroecológico, la implementación de una agricultura de alto valor, de
gran diversidad y poca dependencia de insumos externos a la finca, la
utilización de mano de obra familiar abundante, flexible y con mayor grado de
compromiso, y un perfecto control de los recursos: tierra, agua, y material
genético, le permiten una amplia flexibilidad y adaptación a la AF, que se
constituye en la clave de su persistencia.
Las contribuciones de la AF a la sociedad global
son enormes por sus aportes a la seguridad alimentaria mundial, la producción
de alimentos tradicionales, la generación de empleo, la cultura e identidad de
los pueblos, la conservación de los recursos naturales y la biodiversidad. Por
ejemplo en América Latina y el Caribe, 81.3% de las explotaciones agrícolas son
de AF, con alrededor de 16,5 millones de explotaciones que albergan 60 millones
de personas. La superficie ocupada por la AF en América Latina y el Caribe
corresponde al 23% del suelo con vocación agropecuaria, y producen alrededor
del 50% de los alimentos.
“En Colombia de las 2.021.895 explotaciones
agrícolas, 1.584.892 pertenecen a explotaciones de Agricultura Familiar,
correspondiendo al 78,4% del total de explotaciones. De los 51 millones de
hectáreas de uso agropecuario en Colombia, cerca de 7 millones corresponde a
AF, para un promedio de 4,48 hectáreas por unidad productiva familiar. Algunos
estudios señalan que la AF en Colombia produce entre el 50 y el 60% de los
alimentos de la canasta básica y emplea al 57% de la población rural. De los 11
millones de colombianos que viven en las zonas rurales, 9 millones pertenecen a
la AF, y el 80% son pobres”, señala Vergara.
La heterogeneidad de AF se deriva de las
diferencias en la dotación de factores productivos, principalmente tierra y
agua, y de bienes públicos como infraestructura y educación. Esto ha generado
tipologías que van desde la agricultura de autoconsumo y subsistencia, hasta
aquella agricultura que genera excedentes y se inserta perfectamente en los mercados.
Generalmente la AF se clasifica en tres categorías: agricultura familiar de
subsistencia, agricultura familiar en transición y agricultura familiar
consolidada.
Cifras
importantes
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La Agricultura Familiar de Subsistencia (AFS), en
la que predomina el autoconsumo, el empleo extra parcelario agrícola y no
agrícola, y una tendencia a la “descomposición y asalarización”, es la de mayor
predominancia en América Latina. Alrededor del 60% de las explotaciones en la
región están en el segmento de AFS con una muy baja productividad, ya que solo
producen el 20% del total de la producción de la AF.
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En Colombia la AFS corresponde a 79.4% del total de
explotaciones en AF. Generalmente se localizan en suelos pobres de ladera, sin
agua y sin acceso fácil a los mercados.
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La Agricultura Familiar en Transición (AFT) posee
mayores recursos agropecuarios para el autoconsumo y la venta, aunque, si bien
son suficientes para la reproducción de la unidad familiar no alcanzan para
generar excedentes para una reproducción ampliada. A este segmento pertenece el
28% de las explotaciones y producen el 30% del total de la AF en América
Latina. En Colombia la AFT corresponde al 12.9% del total de predios de AF.
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En el otro extremo se encuentra la Agricultura
Familiar Consolidada (AFC), que dispone de un mayor potencial de recursos
agropecuarios que le permiten generar excedentes para la capitalización de su
vida productiva. En América Latina corresponden al 12% del total de predios de
AF, los cuales responden por el 50% de la producción en AF. Llama la atención
que en Colombia es tan solo el 7,7% del total de la AF.
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Estas cifras evidencian que la agricultura familiar
consolidada es muy productiva, incluso en comparación con la agricultura
netamente capitalista de mediana y gran escala, que utiliza mano de obra
preponderantemente asalariada. La razón fundamental subyace en una mayor
disposición de factores productivos, bienes públicos y acceso a los mercados.
La AF logra una mayor productividad pese a que sus dotaciones de tierra y
capital son deficientes en comparación con la agricultura capitalista. La mano
de obra familiar le otorga ventajas en la flexibilidad productiva que le ha
permitido resistir y adaptarse al avance del capitalismo global.
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La agricultura de subsistencia confronta
dificultades aún mayores. La gran proporción de este segmento de AF es un
fenómeno de exclusión que devela la ausencia del Estado y su olvido por el
mundo rural. Las fallas en la estructura institucional ha favorecido la
concentración de la tierra en Colombia, dejando a la gran mayoría de los
productores familiares gravitando en la periferia, sin acceso a bienes públicos
y desconectados de los mercados.
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En el caso colombiano, la evidencia empírica
mostrada por el reciente estudio de José Leivovich ha confirmado que cuando los
pequeños productores poseen información especializada, transporte, créditos,
derechos de propiedad, contratos de compraventa, riego y otros bienes públicos,
su productividad se multiplica. En general este estudio demostró que los
pequeños productores logran ser más productivos que los grandes por unidad de
área, pero sus tierras son insuficientes y, en consecuencia, en ellos se aloja
la mayor parte de la pobreza rural colombiana.
“El año internacional de la agricultura familiar es
una buena razón para reflexionar en Colombia sobre estas cifras que revelan la
gran importancia del tema, más ahora con el actual proceso de paz, ya que no se
puede ignorar a nueve millones de colombianos, cuyo mayor activo es su mano de
obra familiar, con la que ponen en nuestra mesa el 50% de los alimentos que
comemos, son responsables de una cultura invaluable y de la gestión de un
patrimonio natural que son la mayor herencia para las futuras generaciones de
colombianos”, concluye Vergara.
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